Howard Gardner es un
prominente neuro-científico estadounidense, psicólogo, profesor de Harvard
y autor de la teoría de las inteligencias múltiples. Ha recibido
innumerables reconocimientos por su trabajo, entre ellos el Premio Príncipe de
Asturias. Lo entrevistó el diario La Vanguardia sobre sus teorías y sus
concluyentes planteamientos invitan a la reflexión.
“Aprender
es el único antídoto contra la vejez y yo lo tomo cada día en Harvard con mis
alumnos. Es tonto clasificar a los humanos en listos y tontos, porque cada uno
de nosotros es único e inclasificable”, sostiene.
¿Por qué cuestiona que la inteligencia es lo que
miden los tests?
Porque yo soy un científico y
hago experimentos y, cuando mido la inteligencia de las personas, descubro que
algunas son muy buenas solucionando problemas, pero malas explicándolos. Y a
otras les pasa lo contrario.
¿Y si hay personas diversas es porque también
tiene que haber diversos talentos?
Por eso he dedicado 400 páginas
a describir siete tipos de inteligencia: lingüística, lógico-matemática,
musical, espacial, cinético-corporal, interpersonal e intrapersonal.
¿Y por qué no muchas más: la culinaria o la
mística o la teatral o la ecológica?
Porque no cumplen los
requisitos que sí cumplen esas. Y espero acabar demostrando que además hay una
inteligencia naturalista, otra pedagógica y otra existencial para plantearnos
preguntas trascendentes. Pero no más.
Hoy los colegios ya plantean sus programas según
esas inteligencias múltiples.
Y yo no me dirigía a los
pedagogos, pero fueron ellos los primeros que adoptaron mis teorías.
¿Por qué?
Porque comprobaban cada día en
las aulas que las categorías de tonto o listo no cubren la diversidad del
talento humano. Y, por tanto, que los tests de inteligencia no miden realmente
nuestras capacidades, sino sólo la de resolverlos.
Su teoría, además, era cómoda para consolar a
niños con malas notas y a sus papás.
Se abusó de ella al principio
porque no se comprendió bien. En Australia, la administración la manipuló para
explicar que había grupos étnicos que tenían inteligencias diferentes de otros.
¡Qué peligro!
En ese punto, empecé también a
preguntarme por la ética de la inteligencia y por qué personas consideradas
triunfadoras y geniales en la política, las finanzas, la ciencia, la medicina u
otros campos hacían cosas malas para todos y, a menudo, ni siquiera buenas para
ellas mismas.
Esa ya es una pregunta filosófica.
Pero yo soy un científico e
inicié un experimento en Harvard, el Goodwork Project, para el que entrevisté a
más de 1.200 individuos.
¿Por qué hay excelentes profesionales que son
malas personas?
Descubrimos que no los hay. En
realidad, las malas personas no puedan ser profesionales excelentes. No llegan
a serlo nunca. Tal vez tengan pericia técnica, pero no son excelentes.
A mí se me ocurren algunas excepciones...
Lo que hemos comprobado es que
los mejores profesionales son siempre ECyE: excelentes, comprometidos y éticos.
¿No puedes ser excelente como profesional pero un
mal bicho como persona?
No, porque no alcanzas la
excelencia si no vas más allá de satisfacer tu ego, tu ambición o tu avaricia.
Si no te comprometes, por tanto, con objetivos que van más allá de tus
necesidades para servir las de todos. Y eso exige ética.
Para hacerte rico, a menudo estorba.
Pero sin principios éticos
puedes llegar a ser rico, sí, o técnicamente bueno, pero no excelente.
Resulta tranquilizador saberlo.
Hoy no tanto, porque también
hemos descubierto que los jóvenes aceptan la necesidad de ética, pero no al
iniciar la carrera, porque creen que sin dar codazos no triunfarán. Ven la
ética como el lujo de quienes ya han logrado el éxito.
“Señor, hazme casto, pero no ahora”.
Como san Agustín, en efecto.
Otra mirada estrecha lleva a estudiantes y profesionales comodones a ser lo que
consideramos inerciales, es decir, a dejarse llevar por la inercia social e ir
a la universidad, porque es lo que toca tras la secundaria; y a trabajar,
porque es lo que toca tras la universidad..., pero sin darlo todo nunca.
Sin ilusión, la vida se queda en obligación.
Y otros son transaccional es:
en clase cumplen lo mínimo y sólo estudian por el título; y después en su
trabajo cumplen lo justo por el sueldo, pero sin interesarse de verdad limitan
su interés y dedicación. Y son mediocres en todo.
¿No descubren algún día de su vida algo que les
interese realmente?
Algunos no, y es uno de los
motivos de las grandes crisis de la madurez, cuando se dan cuenta de que no hay
una segunda juventud. Otra causa es la falta de estudios humanísticos:
Filosofía, Literatura, Historia del Pensamiento...
¡Qué alegría! Alguien las cree necesarias...
Puedes vivir sin filosofía,
pero peor. En un experimento con ingenieros del MIT descubrimos que quienes no
habían estudiado humanidades, cuando llegaban a los 40 y 50, eran más propensos
a sufrir crisis y depresiones.
¿Por qué?
Porque las ingenierías y
estudios tecnológicos acaban dándote una sensación de control sobre tu vida en
el fondo irreal: sólo te concentras en lo que tiene solución y en las preguntas
con respuesta. Y durante años las hallas. Pero, cuando con la madurez descubres
que en realidad es imposible controlarlo todo, te desorientas.
¿En qué país influyó más su teoría de las
inteligencias múltiples?
En China editaron cientos de
títulos sobre inteligencias, pero las entendieron a su modo: querían que su
hijo único fuera el mejor en todas.
Pues no se trata exactamente de eso.
Cada sociedad y persona
entiende lo que quiere entender. Cuanto mayor te haces, más difícil es adaptar
tu vida a un descubrimiento y más fácil adaptar el descubrimiento a lo que ya
creías que era la vida. Por eso, voy a clase a desaprender de mí y aprender de
los jóvenes.
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